A veces, el yoga parece reducido a una serie de posturas, respiraciones y cuerpos flexibles en Instagram. Pero en su raíz más profunda, el yoga es una forma de vivir. No una técnica, ni una moda, ni una rutina de bienestar. Es una ética encarnada. Una brújula para no perderse en medio del ruido, la velocidad y la fragmentación que nos rodea.
Los Yamas y Niyamas son diez principios que nos invitan a revisar cómo nos relacionamos con los demás y con nosotros mismos. No son mandamientos ni reglas rígidas. Son gestos, actitudes, decisiones cotidianas. Son el yoga que ocurre fuera del mat (colchoneta de yoga), en la forma en que hablamos, escuchamos, comemos, trabajamos, descansamos y cuidamos.
Ahimsa, el primero, nos recuerda que no hacer daño no es solo no golpear. Es no herir con palabras, no juzgar con la mirada, no exigirnos hasta rompernos. Es aprender a tratarnos con ternura, incluso cuando estamos frustrados. Es elegir el cuidado por encima del impulso.
Satya, la veracidad, no es decir todo lo que pensamos sin filtro. Es alinear lo que sentimos, lo que decimos y lo que hacemos. Es dejar de actuar para agradar, dejar de mentirnos para encajar. Es animarse a ser uno mismo, sin disfraces.
Asteya, no robar, parece obvio. Pero ¿cuántas veces robamos tiempo, atención, energía? ¿Cuántas veces ocupamos espacios que no nos corresponden, interrumpimos procesos ajenos, tomamos sin preguntar? Asteya es respeto. Es saber cuándo retirarse, cuándo callar, cuándo dejar que el otro brille.
Brahmacharya, que muchos traducen como continencia o castidad, hoy puede entenderse como uso consciente de la energía. No dispersarnos en mil estímulos, no quemarnos en relaciones vacías, no vivir en modo multitarea. Es elegir dónde ponemos el cuerpo, la mente y el deseo. Es cuidar el fuego interno.
Aparigraha, no apego, nos invita a soltar, a no cosificar. A dejar de acumular cosas, vínculos, ideas, logros. A confiar en que lo esencial no se pierde. Es aprender a vivir con lo suficiente, sin miedo a la ausencia. Es respirar sin aferrarse.
Los Niyamas, por su parte, nos hablan de cómo cultivarnos por dentro.
Saucha, la pureza, no es obsesión por la limpieza. Es claridad. Es ordenar lo que nos rodea para que lo que importa pueda aparecer. Es depurar pensamientos, vínculos, hábitos. Es hacer espacio.
Santosha, el contentamiento, no es conformismo. Es gratitud activa. Es reconocer lo que hay, sin resignarse ni exigir más. Es aprender a habitar el presente sin ansiedad por el futuro.
Tapas, la disciplina, es el fuego que sostiene lo que importa. No es rigidez ni castigo. Es compromiso. Es levantarse cuando no hay ganas, es elegir lo que nutre por encima de lo que distrae. Es sostenerse.
Svadhyaya, el autoestudio, es mirarse sin juicio. Es preguntarse quién soy cuando no estoy reaccionando. Es leer, escribir, observarse. Es tener como máxima el "Conocete a ti mismo".
Ishvara Pranidhana, la entrega; no es rendirse sino confiar en el proceso. Es soltar el control y abrirse al misterio. Es aceptar que no todo depende de nosotros, y que solo podemos accionar sobre como reaccionamos ante las cosas que nos suceden.
Estos diez principios no se practican en una clase. Se viven en la calle, en casa, en el trabajo, en el silencio. Son el yoga que no se ve, pero que transforma. El que realmente subyace a la páctica que hacemos en el mat y que luego intentamos trasladar fuera de él.
Es la actitud que no busca perfección, sino presencia. El yogui o la yoguini que no se mide por cuán lejos llega su cuerpo, sino por cuán cerca está de sí mismo y de los demás. Porque al final, lo que importa no es cuántas posturas dominamos, sino cuántas veces elegimos la escucha en lugar del juicio, la pausa en lugar del impulso, el cuidado en lugar del control.
Y en ese gesto silencioso de volver al cuerpo, de respirar con intención, de movernos con respeto, estemos recordando algo esencial: que vivir también puede ser una práctica. Que cada día es una oportunidad de habitar el mundo con más humildad, más verdad y más compasión. Y que tal vez, sin darnos cuenta, estemos tejiendo una forma distinta de estar vivos. Una forma más humana, más consciente y autentica.